Universo literario

Narración y argumento en la literatura de ciencia-ficción

 

 

Manuel J. Escobar © 2006 ©2022
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maescoba@uniandes.edu.co

 

 

Primero tomémonos el trabajo de entender.  El punto que más me preocupa es que la innegable complejidad abordada por las obras de ciencia ficción puede llegar a hacerlas comunicativamente estériles, debido a que —seamos sinceros— poca gente puede entenderlas a totalidad.  Como ejemplo menciono la clásica novela de Sir Arthur C. Clarke (por supuesto, 2001: A space Odyssey), fértil en su conclusión pero definitivamente sintética al máximo.  Mucha gente discute aún cuál fue el verdadero final que imaginó Clarke.  

La anterior es una ruego-introducción que hago a los lectores a tomarse un tiempo de reflexión mientras leen este artículo, esperar un poco a que termine y —si es posible— echar un vistazo a las obras referenciadas para comprender verdaderamente el punto de vista, no ajustando mis palabras a un viejo cuadro clínico que se hallan forjado a priori en su mente.   

Las obras de ciencia ficción no han sido consideradas por sus contemporáneos como grandes piezas de literatura en prácticamente ningún momento de la historia.  El ligero valor literario otorgado a cuentos y novelas está sustentado en la supuesta poca profundidad en la construcción de personajes y una narración pobre en figuras mientras rica en tecnicismos.   Yo creo en la existencia de este fenómeno: la vasta mayoría de la ciencia ficción (si incluimos obras escritas por aficionados) tiene escaso valor narrativo y poca fuerza en los personajes. Aún así, no creo que para un autor sea imposible esgrimir sus características genéricas al tiempo que desarrolla una meritoria propuesta narrativa y de personajes. 

De hecho, existen algunas obras de vasto mérito.  En The Billiard Ball (“La bola de billar”), Asimov nos entrega dos personajes al menos sólidos —un ingeniero y un científico— en los terrenos de un cuento de mediana longitud.  La narración realmente sí aborda las profundidades emocionales de cada uno, mas no lo hace explícito; no utiliza todo un episodio para mostrar frustraciones y anhelos, pero sí lo hace a lo largo de cada una de las cortas intervenciones o referencias a los personajes.  Teniendo en cuenta que no es novela sino cuento, es más de lo que muchos otros relatos —fuera de la ciencia ficción—logran hacer.  

Una golondrina podrá no hacer verano, pero sí lo lleva a uno a preguntarse ¿Estamos en invierno? Opinaría que la respuesta es no, no dentro de algunos valiosos autores, y algunas de sus obras.  Creo que los contraejemplos confirman que es difícil —mas no imposible— desarrollar una literatura meritoria dentro de un ambiente de ciencia ficción; tal efecto nos muestra que la definición del género obliga a cumplir objetivos que complican mas no imposibilitan el desarrollo de una narrativa interesante, proponente.  Examinemos cuáles son esos objetivos. 

El género que nos ocupa está definido por la inclusión de sucesos ficticios bastante fuera de lo común, cuya existencia es justificada mediante la argumentación científica.  Ésta última no es obligatoriamente formal, pero estará presente en alguna medida como recurso en búsqueda de verosimilitud.  Al incluir una argumentación científica dentro de una obra literaria, declaramos tácitamente que todos y cada uno de los argumentos tienen la libertad del planteamiento hipotético: coherentes consigo mismos y con todo aquello ya verificado que lo sustente, pero completamente desprendidos de la necesidad usual de ser comprobables.  Hipótesis sueltas, no teorías: aún cuando todo el universo narrado sea ficticio, el carácter de hipótesis lo puede dar la muy usada justificación científica: “es un futuro lejano” —o cercano, dependiendo de lo que sea más científicamente coherente. 

Podría ser posible, entonces, que la argumentación científica insertada en un texto literario dificulte obtener óptimos resultados narrativos.  Particularmente considero que es un hecho.  Si la razón de un suceso primordial puede hacerlo verosímil, el escritor tiene la obligación de, sino incluir una explicación completa, al menos referenciar tal razón y su método.  La temática compleja de la ciencia lleva a razones y métodos complejos, por lo que el tecnicismo permite concreción, brevedad y coherencia.  La alternativa de un escritor de ciencia ficción que no quiera acudir al siempre suficiente vocabulario técnico sería una metodología pedagógica de expresión que emplee términos simples, mucho más extensa y muy probablemente algo menos precisa (lo cual disminuye la eficacia de la argumentación). 

Cada escritor resuelve el problema a su manera, pero si evita la argumentación científica estará probablemente en el terreno de la literatura fantástica.  Lewis Carroll, en su cuento What the Tortoise Said to Achilles (“Lo que la Tortuga dijo a Aquiles”), se mantiene en una literatura fantástica-matemática sin olvidar la narración, aunque es obvio que no es la misma fluidez de Alice in the Wonderland (cabe anotar que el primero es un cuento particularmente difícil de escribir, al involucrar un verdadero problema matemático).  Este cuento no puede ser del todo ciencia ficción porque ¿Por qué habla la tortuga? En cambio, Borges tiene un cuento que roza mucho el género que nos ocupa: Funes el Memorioso.  Aunque el rayo que causa la hipermemoria (concédaseme la invención del término) de Ireneo Funes es una razón pobre, es una razón; y más aún: existe una verdadera hipótesis científica en esta narración, a saber, el que una mente que contemple a plenitud la diferencia entre un instante y otro —obsesionándose con ello, de paso—, no podría ejecutar el proceso de abstracción básico que requiere el pensar.  “Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer” es la cita literal. 

Recordando que la ciencia ficción es en gran medida una literatura simbólica (parafraseando a Carlo Frabetti), la lectura del texto NO debe hacerse en torno a estos razonamientos científicos, sino a sus connotaciones morales, sociológicas y, en una palabra, humanas.  No es tan importante que “la presión del aire era de 16 PSI”, sino más bien que “Era un sonido triste, desolado, lleno de sorpresa de que la vida hubiera sido tan corta y estuviera tan llena de errores.  Yo comprendí lo que sentían.” (ambas citas son de Once there was a giant, “Érase una vez un gigante”, de Keith Laumer).  Yo mismo he criticado la hermenéutica en el arte por caprichosa y tan subjetiva que bien podemos decir que la fertilidad de la obra no está en ella como objeto, sino en el sujeto que la contempla; pero en este caso sostengo que el objeto —la pieza de ciencia ficción— posee en sí mismo un valor que ha sido ignorado recurrentemente a la luz de los preconceptos del sujeto común —léase lector habitual—, que piensa que el objetivo principal del autor era contarnos cuánto es la presión del aire en el planeta Fulanito. 

Sí hay buenas narraciones bajo el clima de la ciencia-ficción.  Sí existen algunas buenas construcciones de personajes.  Sí se muestra una dimensión psicológica profunda.  Es sólo que todo lo anterior, simultáneo, no es muy abundante…pero si se consigue, es mágico.